Friday, June 29, 2007

¿A quién amar?


¿A QUIÉN AMAR?

Amar a mi hermano; amar sus miserias;
Y a quien me dio luz y pan;
Amar al que en tanto caminos hallé; amar al amigo de ayer;
Amar al que tanto dolor me causó; amar al que me despreció;
Amar al que nunca sabré comprender; amar al que me hizo perder;
Amar al que he visto caído y sin fe; a quien en la calle encontré;
A esos que he visto escondidos sin luz; amar al que caiga una cruz;
Amar al enfermo olvidado por mí; que tan solo en su lecho vi;
Amar a esos niños de cara tan triste; amarlos como nunca amé

Cómo este viento del alma se hizo en mi;
Cómo esta fuerza que nunca sentí;
Padre es tan tierna tu alma; es tan grande tu fuerza;
Que no puedo ni quiero resistir;
Hazme tan liviano que un soplo me levante con gozo;
Y reviente mis venas de pasión;
Luego tomar la miseria del pueblo;
Tan tenaz tan injusta que no puedo escapar a su clamor.
(Palabras de San Alberto Hurtado en la música de Pablo Coloma)

“Cuando San Pedro quiso resumir toda la vida en una frase,
no encontró otra palabra mejor que ésta: pasó por el mundo haciendo el bien.
Al resumirnos él su ley, nos da esta sola palabra: amaos los unos a los otros. En esto conocerá el mundo que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros.
Un hombre en tanto participa del espíritu de Dios en cuanto es capaz de amar”
(San Alberto Hurtado)

(1 Corintios 13,4-8 )
El amor es paciente y bondadoso;
No tiene orgullo ni arrogancia.
No es grosero ni egoísta, no se
Irrita ni es rencoroso;
No se alegra de la injusticia, sino
Que encuentra su alegría en la
Verdad.

Todo lo disculpa, todo
lo cree, todo lo espera,
Todo lo soporta.
El amor nunca pasará



En la vida hay de esas cosas que de por sí las crees e intentas practicarlas. Ahora bien, estas cosas las puedes jerarquizar. En mi opinión la más importante y que es la base de las demás, es decir, por la cual proceden, es el amor.
¿Y por qué creo esto?, es sencillo, me atrevo a explicar tres puntos que son conducentes a demostrar lo que establezco.

Por una parte, el amor es la causa de nosotros mismos, alguien nos amó y fruto de ese amor nos creó para que seamos instrumentos de paz en este mundo. No hay cosa más grandiosa y significativa que saber que nuestro Dios, nuestro Padre, pensó en cada uno de nosotros y por su voluntad nos concedió la vida. Y esto obviamente trae la consecuencia de estar impregnados del espíritu de Dios. ¿Cuántas veces hemos escuchado a las personas decir: hay que buscar a Dios en el propio corazón? Sin duda que muchas veces. ¡Y cuánta razón tienen estas palabras!, Dios habita en nosotros y debemos ser capaces de oírlo y permitirle que se manifieste en nuestro actuar. Nuestra naturaleza es de bien, y es fuente de todo sentimiento de bondad, precisamente nuestra vida está orientada de por sí a Dios, y esto nadie lo puede negar. Lo que sí puede haber es que no todos conozcan a Dios y lo ignoren o lo renieguen, pero siempre en el plano de la noción de la existencia del Padre.

En segundo lugar toca mencionar algo que ya anticipé en la idea anterior. Luego que nuestro Padre nos dio la vida, viene el momento de conseguir el fin para el cual nos creó (ya que nuestra vida no es en vano). ¿Y cuál es este fin, nos preguntaremos?. La misión que nos invita a realizar es ser instrumento de paz y de amor en la Tierra, llevar la luz de la verdad a todas partes y a todas las personas. Ahí radica todo, esa es la verdad suprema.
Debemos amar a nuestros hermanos con todas las fuerzas, dejando a un lado nuestras propias vergüenzas y miedos. Estando esto presente en nuestra alma nos moveremos siempre en la dirección señalada por Dios.

Por último, sé que lo expuesto anteriormente puede parecer algo iluso y fantasioso, imposible de realizar…sin embargo, ¡cuantos millones de cristianos en la historia han demostrado lo contrario! .Y en todo tipo de contextos hemos visto que hubo y hay gente dispuesta a entregarse, ya sea cuando hay hambrunas, guerras, calamidades, o simplemente cuando “todo va bien”. Y no es necesario remitirse sólo a la historia de grandes Santos de la Iglesia para comprobarlo, basta con mirar a personas cercanas a nosotros, lo pueden ser nuestros propios padres, abuelos, amigos, sacerdotes, etc. Si otros lo han podido hacer, ¿Por qué no sumarnos nosotros también a esta gran cruzada de amor? En nuestro intento van a haber muchas personas deseosas de agradecernos la dedicación y nos alimentarán diariamente con su sonrisa rebosante del verdadero amor.

Con mucho cariño les digo: cobijémonos en Dios, que él sea nuestra fuerza, que él nos acompañe a seguir por este camino que a veces se vuelve oscuro. Tampoco podemos vanagloriarnos de nuestros éxitos sin agradecerle al Padre, sin estar conscientes que muchas personas contribuyeron en nuestra obra y que debemos ser humildes y devolverles la mano para que todos podamos gozar de las oportunidades que Dios nos ofrece para desarrollarnos.

Qué mejor ejemplo que el de la Virgen María, nuestra Madre, que fue capaz de desprenderse de sus intereses y entregarse por completo a la obra de Jesús. Pidámosle a ella que nos oriente y que nos enseñe a ser buenos discípulos de Dios.

¿Queremos realmente escuchar a nuestro Padre?, si es así, abramos nuestra alma y nuestro corazón, todo depende de nosotros.


Walter Schulz