Sunday, January 13, 2008

La Dama de Cressay

LA DAMA DE CRESSAY

En la Francia de fines de la Edad Media, allá por el año 1315, en Neauphle, un pueblo cerca de Fontainebleau, vivía María de Cressay, una doncella perteneciente a la nobleza de la región. Había vivido una historia de amor con un joven lombardo Sienés, Guccio Baglioni, con quien se casó secretamente para no ofender a su familia en cuanto a unir su sangre con alguien que no fuera de noble estirpe.

Fruto de esa unión, nació un pequeño que Guccio nunca conoció, pues por motivo de una traición involuntaria de su amada, tuvo que abandonar este pueblo y centrarse en su oficio de comerciante.

Luego de largos diez años...


LA DAMA DE CRESSAY

Movido por fuerzas extrañas
a Neuphle, el pueblito, llegó.
Quería ver a su dama,
que el tiempo, impune, alejó

Ya años habían pasado,
que Guccio obligado partió.
Después de haberse casado
en secreto una noche de amor

María al saber del arribo,
clamó con enérgica voz:
¡Te amo y quiero abrazarte,
mi Guccio, lombardo, Barón!

Mas no todo era claro en su mente,
y menos en su corazón,
ya era tiempo, abandono y olvido,
que golpeaban su vieja pasión

Decidió ignorar al viajero
y centrarse en su casa y su honor;
los Cressay eran nobles personas:
merecían un trato mejor.

Al saber la opinión de la Dama,
Guccio sintió decepción,
pensaba que el amor aún vivía
dentro de su corazón.

En venganza el lombardo pensaba
en llevarse a su hijo a París,
a empezar una vida más buena
que lo haría, sin duda, feliz.

Sin embargo, Guccio al pequeño,
no lo había visto jamás.
Por lo tanto sentía algo nuevo
que era el verse convertido en papá.

Ya maduro y no el joven de antaño,
Guccio con fuerza aceptó
el tomar a su hijo una tarde
y galopar olvidando la unión..


Era tarde y ambos tenían hambre. Fue una jornada dura de viaje y de sentimientos encontrados. El pequeño, con sus rulos cobrizos cubríendole la cara, miraba con admiración a aquel personaje que decía ser su padre. La fascinación se apoderaba de él cuando le contaba que más allá del pueblito en el cual vivió todo este tiempo con su madre, habían ciudades enormes, grandes ejércitos y castillos...realidades que conocería luego al arribar a París.

Y así, luego de comer carne y pan y de beber grandes tragos de cerveza en una posada, continuaron el viaje.

Guccio sentía correr sus lágrimas en el rostro mientras miraba a su hijo que dormía inocentemente menéandose al ritmo del galope.



Walter Schulz