Monday, March 24, 2008

La encarnación de la fe en nuestras vidas


Me digo ser cristiano, me digo ser católico; pues bien, ¿en qué creo si digo esto?.

Creo en Jesucristo, el Dios hecho hombre que vino a cambiar el sentido de las relaciones entre los hombres. Él nos mostró el camino de la verdad, el camino de la vida, de la libertad: el camino del amor.

Creo en su palabra , en sus enseñanzas y en sus demostraciones de amor: todo lo bueno viene de Él.

Creo en la resurrección, en la vida después de la muerte junto al Padre. Me preparo todos los días para enfrentar ese momento: quiero morir en paz.

Creo en el perdón de los pecados, en la misericordia de Dios y en el Reino de los Cielos.

Creo en el Intermediario de fuente divina: el Espíritu Santo, Dios que nos habla hoy y siempre.

Creo en María, la virgen santísima, la madre fiel y compasiva que nos educa en el seguimiento fiel a Jesús.

Creo en la Iglesia Católica, fuente de vida cristiana y fuente de fe. Santa misionera que nos acompaña, nos guía y levanta en los momentos de dudas: Jesús mismo depositó su amor en ella. Jesús vive en ella.


Creo, creo y creo....¿realmente creo?

LA ENCARNACIÓN DE LA FE EN NUESTRAS VIDAS


Mirando el mundo con los ojos de Dios, observo una humanidad que busca la verdad, una humanidad sedienta de amor y de vida. Sin embargo, sus ansias las llenan con falsas respuestas; idolatrías, consumismo, fuerzas cósmicas que sanan el espíritu, placeres momentáneos que sólo consiguen reafirmar más el sentimiento de soledad y de tristeza.

Vivimos en las sociedades “del progreso”, en la era digital que nos impacta y maravilla con los avances tecnológicos, en la era del placer desmedido, de las diversiones: cines, malls, bares, cabarets....todo un mundo de confort y bienestar. Con todo, si hacemos la pregunta a la gente, deteniéndolas de sus agitadas vidas: ¿eres feliz?, la respuesta tiende a ser negativa, ¿qué pasa entonces?.

La respuesta la encontramos cuando volvemos a la raíz de la naturaleza del hombre. Estamos hechos para amar, para servir y vivir en función a nuestros semejantes. Entonces nos encontramos en un gran dilema, ya que el modelo de sociedad impuesto por los hombres contemporáneos nos exige ser fríos, calculadores e indiferentes con todo. ¿ Cuál de los dos modos de vida triunfa?, claramente este último.

Pese a nuestra condición de seres orientados a amar, nos vemos superados por esta sociedad principalmente porque no cultivamos ni nos preocupamos por nuestra fe. Hablar de Dios es limitado sólo a personas religiosas como sacerdotes y monjas ( ¡y vaya que mala imagen se forman los mismos católicos respecto de ellos debido a acusaciones ignorantes, arbitrarias e injustas! ). De modo que nuestra noción de hijos de Dios queda sólo en vagas ideas, vagos comentarios, pero no en algo que se asuma día a día como parte de la propia existencia. Y como consecuencia, todo lo que tenga un aire de “religiosidad” o de “moralidad” es tildado como represivo, nocivo para el hombre y que termina por convertirlo en un fanático..

¡Nada más falso!. El cristianismo nos enseña, desde nuestra libertad, a ser fieles a nuestra propia naturaleza, esto es, a orientar nuestras acciones y pensamientos a la perfección a la que estamos llamados. Y esta perfección se consigue cuando se vive en la verdad y se tiene una vida virtuosa, lejos de todas esas cosas que nos esclavizan y nos alejan del camino que es propio de la voluntad de nuestro Padre.

Pero claro, lo anterior resulta difícil, un camino largo repleto de situaciones que nos harán preguntarnos si esto de verdad tiene sentido... ¡y allí es cuando debemos mirar al cielo y rogar a Dios que nos de la fuerza necesaria para no desfallecer!; ¡en ese momento es donde debemos ser capaces de mirar con ojos bondadosos la vida nuestros hermanos y ver a Cristo reflejado en sus rostros!

No hay nada más hermoso que esa sensación de plenitud y bienestar al darse cuenta que Dios habita en cada uno de nosotros y que, cuando somos capaces de escucharlo, podemos manifestar nuestro amor hacia Él en nuestra vida diaria.

Y esas son las personas que marcan la diferencia: las que acorde a sus propias capacidades se ponen como desafío el entregarse al máximo, agotando de la manera más útil los dones que Dios nos ha regalado.

Como consecuencia de lo anterior, éstas personas logran vencer las ataduras propias de los tiempos contemporáneos. Con fuerza de voluntad deciden no entregarse a los vicios de la sociedad y dar su vida a las cosas realmente importantes. Si se es estudiante, se preocuparán de formarse de la manera más íntegra posible, combinando los conocimientos académicos con las experiencias de servicio y de conocimiento de las distintas realidades que hay en nuestro Chile. De esta manera, la formación como jóvenes responsables y visionarios, conscientes que en el presente y el futuro pueden aportar con sus vidas al plan de Dios, será el eje de su existencia. Con esa motivación se despertarán todos los días con una sonrisa.

¡así estamos llamados a cambiar el mundo! Sólo desde Dios, desde el amor, es posible realizar verdaderos cambios de justicia y caridad.

Luego seremos consecuentes con nuestra fe.


Walter Schulz