Wednesday, December 26, 2007

Reacción ante la angustia



REACCIÓN ANTE LA ANGUSTIA

Y se apagó la llama de la alegría en aquel muchacho. Eso es lo que se puede respirar luego del portazo que siguió al llanto y a la discusión. Su propia persona enfrentada a sus padres, amigos y deberes. Triste situación.

Desesperado, secándose las lágrimas con sus manos, corrió por las calles de su vida, de sus miserias y de sus experiencias vividas. Era un verdadero laberinto de recuerdos e imágenes presentes que le atormentaban su corazón y le corroían el espíritu...

La vida del hombre puede verse muchas veces perturbada por diversas cosas, sin embargo, el cómo enfrentarlas, es lo que marca la diferencia. Y esta respuesta proviene de cómo consideramos este camino tan variado que es nuestra vida.

Existen dos maneras de considerarla: por una parte, lo vemos todo gris. Nuestra vida es un cúmulo de experiencias amargas y de deberes que resultan penosas cargas que cumplir para satisfacción de los demás. Se nos exige más de lo debido, no nos comprenden nuestras obras, no toman en cuenta que somos humanos y que nos equivocamos. La reacción lógica que procede luego de esta concepción de vida es la histeria, el llanto, la desesperación.
En contraposición, tenemos la vida hecha de colores, de matices. Nuestra vida es un desafío constante impulsada por el amor que sentimos por todos los hombres y por Dios. Cada paso, cada caída, es una fuente de enriquecimiento interno que nos nutre de alegría, de esperanza. Nuestro rol fundamental precisamente está en saber que si se nos exigen deberes que cumplir es a causa de nuestro propio bien. Y en consecuencia, la reacción ante la angustia de este segundo caso es infinitamente distinta a la anterior. Proviene el silencio, la reflexión y posteriormente la sonrisa que ilumina nuestra caída. Somos conscientes que para crecer, es necesario caer una y otra vez. Todo este camino no es más que un desafío eterno que culminará el día que sepamos vivir de una manera santa, alegre, solidaria y fraterna.

Y en esto último es donde debemos centrar toda nuestra vida, nuestras fuerzas: encontrar el camino de la santidad, de la alegría. Si ponemos los medios necesarios para alcanzar este objetivo, todas nuestras acciones se encaminarán al bien, y, en consecuencia, sabremos enfrentar con sabiduría y con una sonrisa en el espíritu, todas las situaciones amargas que nos toque vivir.

¿Por qué llorar y estresarnos cuando no se nos da en el gusto?¿Por qué tanta rabieta cuando las cosas obradas a medias no nos resultan ?

¡Dichoso el que consigue sus triunfos con sus propios méritos y fuerzas!; ¡Humilde de espíritu aquél al que no le resultan sus cosas pero que sabiendo que no se dedicó al 100% en su obra, se resigna con alegría y se dispone a comenzar de nuevo!

Nosotros que nos decimos cristianos, debemos ser los primeros en mirar la vida con los ojos de Dios, con esos ojos bondadosos y compasivos que esperan siempre mirar lo mejor que hay en el ser de nuestros hermanos. Con esos ojos que logran encontrar la inmensidad de los colores que componen nuestra existencia y la serie de variantes que pueden influir en la vida de un hombre.

Debemos siempre estar atentos para que la llama de la Esperanza que arde en nuestro corazón sea siempre robusta y fuerte, de modo que nos guíe en el camino y seamos capaces de levantarnos una y otra vez.

¡Allí está el desafío!

Una vez empezado este caminar, toda piedra que obstaculice nuestro camino, toda lágrima que recorra nuestro rostro y toda tristeza que encadene nuestro espíritu, será una oportunidad para crecer y para ser mejores personas. La oscuridad paulatinamente se irá disipando hasta estar conscientes que la luz invade todos los rincones de la vida. Y esta luz es Dios que nos acompaña siempre.

Walter Schulz