María en el reencuentro con su Hijo
En homenaje a nuestra Santísima Madre María.
Sentado en un rincón de la biblioteca, a media luz y profundamente concentrado, estaba aquél hombre reflexionando sobre asuntos que le ocasionaban dudas. Esta vez era sobre lo que sintió en todo momento la Virgen respecto de la vida de su Hijo Santo.
Al terminar su reflexión, se levantó apresuradamente dejando todo encima del escritorio y se alejó. Tal era mi curiosidad por ver qué escribía, que me acerqué y leí:
MARÍA EN EL REENCUENTRO CON SU HIJO
María, desde un principio, fue uno de los grandes apoyos de Jesús (de ese Jesús humano que necesita del cariño y del beso bondadoso de la madre). Su fidelidad queda demostrada en gran parte de su vida.
Ahora, si analizamos los sentimientos de una madre para con su hijo, inferimos lo orgullosa que se sentía de ver a Jesús hablándole a los judíos sobre la existencia del Reino de los Cielos y del amor misericordioso de Dios. Creo que ella sentía una admiración tremenda por él y siempre lo apoyó, quizá motivada por la convicción y vehemencia de su hijo en el sentimiento supremo del amor.
Para el momento de la pasión, María, en su corazón no aguantaba más. Ver como sufría su hijo debe haber sido el sentimiento más amargo y oscuro en su vida. Sin embargo, ella estaba allí, con sus lágrimas y oraciones dándole ánimo.
Y la muerte llegó, Jesús condenado injustamente moría bajo los cielos sollozantes con la mirada tímida, con su última mirada hacia su Padre. María lo lloraba a sus pies, no entendía tanta maldad en el interior de los hombres. Pero no todo estaba perdido, Jesús les había dicho que resucitaría y que estaría siempre con ellos hasta el fin de los tiempos.
Y así fue, se le aparece a su madre y el tiempo se estanca en la dulzura de las lágrimas que recorren el rostro de la virgen. El Señor, con una sonrisa en sus labios, le dice: “Madre, aquí estoy tal como te lo había prometido”. El abrazo en que se funden sus corazones lo dice todo. La madre confirma en la práctica que su hijo siempre dijo la verdad: Él es el hijo del Padre, el Reino de los Cielos está allá arriba, y los pecados serán perdonados. La inmensidad de tanta alegría no cabe en el corazón de la mujer.
Ahora bien, Jesús debe volver a la Derecha del Padre y la vida debe continuar. Él le pide un favor enorme: orar por la salvación de todos los hombres y ser la protectora de la Iglesia que vivirá a través de los tiempos. María contesta: “Dios me ha regalado la dicha de engendrar a Cristo, el Dios hecho hombre, pondré todas mis fuerzas en rezar por la vida de los que sufren y padecen enfermedad, por los que necesitan de una mano amiga y en fin, por toda la humanidad, en especial por la Iglesia que en el nombre de Jesús, vivirá por siempre”.
Y desde ese momento, María nos acompaña todos los días, claro que ahora junto a su Hijo en el Cielo. Es la madre de los niños, de los ángeles de la Corte Celestial, de los jóvenes que miran la vida desmotivados, de los padres que no saben cómo sobrellevar una vida de trabajo y duras responsabilidades, del anciano que ya está por morir, de los pueblos que viven bajo sistemas opresivos, de los torturados, de los que sufren hambre y frío...Ella está orando siempre por todos nosotros.
Ahora, si analizamos los sentimientos de una madre para con su hijo, inferimos lo orgullosa que se sentía de ver a Jesús hablándole a los judíos sobre la existencia del Reino de los Cielos y del amor misericordioso de Dios. Creo que ella sentía una admiración tremenda por él y siempre lo apoyó, quizá motivada por la convicción y vehemencia de su hijo en el sentimiento supremo del amor.
Para el momento de la pasión, María, en su corazón no aguantaba más. Ver como sufría su hijo debe haber sido el sentimiento más amargo y oscuro en su vida. Sin embargo, ella estaba allí, con sus lágrimas y oraciones dándole ánimo.
Y la muerte llegó, Jesús condenado injustamente moría bajo los cielos sollozantes con la mirada tímida, con su última mirada hacia su Padre. María lo lloraba a sus pies, no entendía tanta maldad en el interior de los hombres. Pero no todo estaba perdido, Jesús les había dicho que resucitaría y que estaría siempre con ellos hasta el fin de los tiempos.
Y así fue, se le aparece a su madre y el tiempo se estanca en la dulzura de las lágrimas que recorren el rostro de la virgen. El Señor, con una sonrisa en sus labios, le dice: “Madre, aquí estoy tal como te lo había prometido”. El abrazo en que se funden sus corazones lo dice todo. La madre confirma en la práctica que su hijo siempre dijo la verdad: Él es el hijo del Padre, el Reino de los Cielos está allá arriba, y los pecados serán perdonados. La inmensidad de tanta alegría no cabe en el corazón de la mujer.
Ahora bien, Jesús debe volver a la Derecha del Padre y la vida debe continuar. Él le pide un favor enorme: orar por la salvación de todos los hombres y ser la protectora de la Iglesia que vivirá a través de los tiempos. María contesta: “Dios me ha regalado la dicha de engendrar a Cristo, el Dios hecho hombre, pondré todas mis fuerzas en rezar por la vida de los que sufren y padecen enfermedad, por los que necesitan de una mano amiga y en fin, por toda la humanidad, en especial por la Iglesia que en el nombre de Jesús, vivirá por siempre”.
Y desde ese momento, María nos acompaña todos los días, claro que ahora junto a su Hijo en el Cielo. Es la madre de los niños, de los ángeles de la Corte Celestial, de los jóvenes que miran la vida desmotivados, de los padres que no saben cómo sobrellevar una vida de trabajo y duras responsabilidades, del anciano que ya está por morir, de los pueblos que viven bajo sistemas opresivos, de los torturados, de los que sufren hambre y frío...Ella está orando siempre por todos nosotros.
Walter Schulz